12.4.09
El pequeño límite
El verdadero oráculo nunca reconocerá que el héroe que se presenta ante él es el Elegido. Negará los designios del hado argumentando que son fabulaciones de los que creen; echará por tierra los signos, dando a entender que son fruto de la superstición de los incautos que le siguen; será corto y racional su discurso para hacer aflorar en él un sentimiento mezcla de desilusión y alivio. Luego, el héroe se levantará, dará media vuelta, abandonará la sala mientras que la desazón se desvanece y mirará a los que esperan fuera, ansiosos, la sagrada confirmación. Justo ahí, en la puerta del templo, bajo un frontispicio donde se lee "Conócete a ti mismo" comprenderá que sólo sus actos harán que sea el Elegido, y que habiendo sido negado el destino que le tenían deparado ha afirmado el propio. El oráculo, ese pequeño límite que separa la hybris del hado, siempre acierta para poder alguna vez equivocarse.
6.10.08
5.7.08
El combate del siglo
La reacción acerba del realismo contra el academismo romántico en la literatura y arte no tardó en reflejarse en la esgrima. Gomar, Sharleman, Cordenua y otros podían ver la aparición de una escuela nueva, que al preocuparse solamente en dar los tocados, descartó las exigencias de la elegancia y gracia de movimientos como inútiles y ridículos. En vano nuestro Bertran, nuestro incomparable Bertran, trataba de demostrar con su propio ejemplo que es posible ser el tirador más gracioso y fuerte a la vez. Cada día la escuela nueva iba ganado su derecho de ciudadanía. Desde ahora la esgrima es indudablemente un ejercicio muy útil, entretenido, pero ya no es un arte, puesto que “no hay arte donde no hay belleza".
Ernst Leguve. El torneo del siglo XIX. 1830
Hace unos días me preguntaron algo así como si se enfrentara un mosquetero y un tirador de esgrima actual quién ganaría. Tras pensarlo un rato, sonreí y respondí: "Los mosqueteros usaban el mosquete de ahí su nombre, no espadas". El preadolescente inquisidor tardó un segundo de más en contestar: "¡Je!, ¡qué listo!" Me hizo una mueca y se fue a sus cosas.
Un profesor desconocido de esgrima, Lafoger, llegó a Paris con la idea de poner en prácticas sus ideas sobre la esgrima. Defensor de la llamada desde entonces "escuela práctica" se enfrentó en combate en 1816 con el Conde Bondi, considerado el mejor tirador de París de aquella época. El encuentro supuso uno de los eventos más señalados de la historia de la esgrima y un punto de inflexión en la práctica del noble arte de la espada que pasó desde ese mismo instante a convertirse en el deporte de la espada.
Lafoger era bajito pero extremadamente ágil. Abordó cada punto con el objetivo claro de tocar al contrario, nada de paradas superfluas, nada de poses, nada de complejos ataques. Tocar, tocar rápido, tocar cuanto antes, tocar antes que el adversario. Volver en cierto modo a la esencia del combate que con tanta teorización académica se había diluido en un mar fórmulas y formas.
La victoria de Lafoger frente al numeroso público que contemplaba el encuentro fue aplastante. Las autoridades de esgrima de aquel tiempo forjadas en un encorsetado academicismo quedaron tan impactadas que a partir de entonces se establecieron dos escuelas: la clásica, con Bertram, La Buasier, Cordenua y Bondi entre otros, en franca decadencia y la escuela práctica con Lafoger a la cabeza que con el devenir del tiempo fue la que se impuso.
La esgrima actual es hija de la victoria de Lafoger. Toda acción, incluso la inacción, tiene una intención y esa intención última es tocar al contrario. La belleza se sacrifica en pos de la practicidad. Es más, actualmente cualquier acción si no lleva a la consecución del tocado, por muy estéticamente que haya sido realizada es considerada superflua y amanerada. Lo bello es lo práctico. Esta sentencia no deja de poner de manifiesto una reconversión de una categoría estética.
El paralelismo entre la evolución de la esgrima y arte del siglo XIX hasta entrado el XX es directo. Desde el clasicismo de la academia francesa de fines del XVIII reconvertido en academicismo romántico del primer cuarto de siglo hasta la irrupción del realismo la evolución del arte ha ido pareja a la de la esgrima. Luego, llegaría la teorización de la funcionalidad y la practicidad en el siglo XX con la Bauhaus y el racionalismo, el "ornamento y delito" de Adolf Loos y el "menos es más" de Van der Rohe, pero eso ya es otra historia. Me gusta pensar que Lafoger puso su granito de arena a este cambio en la historia de las ideas estéticas y más concretamente a la categoría de belleza.
Hace unos días me preguntaron algo así como si se enfrentara un mosquetero y un tirador de esgrima actual quién ganaría. Tras pensarlo un rato, sonreí y respondí: "Los mosqueteros usaban el mosquete de ahí su nombre, no espadas". El preadolescente inquisidor tardó un segundo de más en contestar: "¡Je!, ¡qué listo!" Me hizo una mueca y se fue a sus cosas.
Un profesor desconocido de esgrima, Lafoger, llegó a Paris con la idea de poner en prácticas sus ideas sobre la esgrima. Defensor de la llamada desde entonces "escuela práctica" se enfrentó en combate en 1816 con el Conde Bondi, considerado el mejor tirador de París de aquella época. El encuentro supuso uno de los eventos más señalados de la historia de la esgrima y un punto de inflexión en la práctica del noble arte de la espada que pasó desde ese mismo instante a convertirse en el deporte de la espada.
Lafoger era bajito pero extremadamente ágil. Abordó cada punto con el objetivo claro de tocar al contrario, nada de paradas superfluas, nada de poses, nada de complejos ataques. Tocar, tocar rápido, tocar cuanto antes, tocar antes que el adversario. Volver en cierto modo a la esencia del combate que con tanta teorización académica se había diluido en un mar fórmulas y formas.
La victoria de Lafoger frente al numeroso público que contemplaba el encuentro fue aplastante. Las autoridades de esgrima de aquel tiempo forjadas en un encorsetado academicismo quedaron tan impactadas que a partir de entonces se establecieron dos escuelas: la clásica, con Bertram, La Buasier, Cordenua y Bondi entre otros, en franca decadencia y la escuela práctica con Lafoger a la cabeza que con el devenir del tiempo fue la que se impuso.
La esgrima actual es hija de la victoria de Lafoger. Toda acción, incluso la inacción, tiene una intención y esa intención última es tocar al contrario. La belleza se sacrifica en pos de la practicidad. Es más, actualmente cualquier acción si no lleva a la consecución del tocado, por muy estéticamente que haya sido realizada es considerada superflua y amanerada. Lo bello es lo práctico. Esta sentencia no deja de poner de manifiesto una reconversión de una categoría estética.
El paralelismo entre la evolución de la esgrima y arte del siglo XIX hasta entrado el XX es directo. Desde el clasicismo de la academia francesa de fines del XVIII reconvertido en academicismo romántico del primer cuarto de siglo hasta la irrupción del realismo la evolución del arte ha ido pareja a la de la esgrima. Luego, llegaría la teorización de la funcionalidad y la practicidad en el siglo XX con la Bauhaus y el racionalismo, el "ornamento y delito" de Adolf Loos y el "menos es más" de Van der Rohe, pero eso ya es otra historia. Me gusta pensar que Lafoger puso su granito de arena a este cambio en la historia de las ideas estéticas y más concretamente a la categoría de belleza.
30.6.08
Prada-Texas I
Hace más de un mes leí este post en el siguiente blog. Como comenté en su día en twitter, el tema en cuestión da para una tesis sobre estética y de las complejas. De ésas de muchas citas, mucha historiografía de última generación (revisionista como no podría ser de otro modo, es posible hacer otra?), mucha referencia a cine, literatura, pensamiento, arte en general, y un divagar difuso sin llegar a nada más, que ya supone mucho, que a poner en claro todo el aluvión de citas, vínculos y reminiscencias que tiene su autor en la cabeza después de habérselo leido todo, de habérselo escuchado todo, de estar a la última en manifestaciones artísticas y estéticas (esta discriminación es relevante y netamente postmoderna), y habérselo visto todo en cine, teatro y demás. (Y "demás" siempre es mucho pero nunca suficiente).
Pero teniendo en cuenta que esto no es una tesis sino un post en un blog intentaremos escribir unas líneas sobre esta tienda de Prada en medio del desierto, huyendo en todo momento como premisa formal de todo citismo o alusión a otro texto ya sea éste obra de arte plástica, literaria, escénica, cinematográfica, etc. Esta huida sólo podrá ser posible desde la evidencia del texto, e imposible desde un nivel de compresión siquiera apresurado. Las citas, las alusiones, las referencias están tan implícitas que con suerte pasarán desapercibidas. Estamos ya en ese punto de la historia en que la redundancia provoca tal nivel de ruido que la única labor a la que podemos aspirar es al nuevo vinculado (linkado) de conocimientos. No haciendo plausible la referencia es posible aminorar el ruido, o siendo más precisos ignorarlo, o más aún, más perfecto si cabe, hacer como que se ignora. En una red de conocimientos entendida como plano el vector que la define (matemática, álgebra, espacio vectorial) es normal (perpendicular) a éste. El conocimiento pues, sale disparado marcando un ángulo de noventa grados en un vector que se sostiene sobre cualquier punto. Un punto, es decir, una posición en el espacio que es adimensional por definición. Ese re(no)-lugar, sólo definido como intersección, cesura entre dos rectas, o entre una recta y un plano.
Así pues, por la mera selección de una metodología, de una posición sistemática, la tienda de Prada situada en medio del desierto, es una tienda-punto desde donde se arroja la flecha vector que define al desierto, al plano, a toda una red de no lugares. En el plano del deseo (desierto) el punto que marca el re(no)-lugar es una tienda, un escaparate donde son expuestos, colocados (co-locados) ordenadamente, objetos de deseo. La tienda no vende, sólo muestra a modo de gran escaparate. La compra es el fracaso último del deseo, el escaparate es su culminación. Este re(no)-lugar, no es un espacio de paso, es una posición marcada, definida y definitoria de un espacio. Un lugar al que se va o no se va, pero por el que no se pasa. Un no lugar tan cargado de significado que define y delimita a todo un espacio a todo un desierto. Un re(no)-lugar, por tanto, en el sentido de intensificación semántica del lugar, de una posición que no es tal.
Pero teniendo en cuenta que esto no es una tesis sino un post en un blog intentaremos escribir unas líneas sobre esta tienda de Prada en medio del desierto, huyendo en todo momento como premisa formal de todo citismo o alusión a otro texto ya sea éste obra de arte plástica, literaria, escénica, cinematográfica, etc. Esta huida sólo podrá ser posible desde la evidencia del texto, e imposible desde un nivel de compresión siquiera apresurado. Las citas, las alusiones, las referencias están tan implícitas que con suerte pasarán desapercibidas. Estamos ya en ese punto de la historia en que la redundancia provoca tal nivel de ruido que la única labor a la que podemos aspirar es al nuevo vinculado (linkado) de conocimientos. No haciendo plausible la referencia es posible aminorar el ruido, o siendo más precisos ignorarlo, o más aún, más perfecto si cabe, hacer como que se ignora. En una red de conocimientos entendida como plano el vector que la define (matemática, álgebra, espacio vectorial) es normal (perpendicular) a éste. El conocimiento pues, sale disparado marcando un ángulo de noventa grados en un vector que se sostiene sobre cualquier punto. Un punto, es decir, una posición en el espacio que es adimensional por definición. Ese re(no)-lugar, sólo definido como intersección, cesura entre dos rectas, o entre una recta y un plano.
Así pues, por la mera selección de una metodología, de una posición sistemática, la tienda de Prada situada en medio del desierto, es una tienda-punto desde donde se arroja la flecha vector que define al desierto, al plano, a toda una red de no lugares. En el plano del deseo (desierto) el punto que marca el re(no)-lugar es una tienda, un escaparate donde son expuestos, colocados (co-locados) ordenadamente, objetos de deseo. La tienda no vende, sólo muestra a modo de gran escaparate. La compra es el fracaso último del deseo, el escaparate es su culminación. Este re(no)-lugar, no es un espacio de paso, es una posición marcada, definida y definitoria de un espacio. Un lugar al que se va o no se va, pero por el que no se pasa. Un no lugar tan cargado de significado que define y delimita a todo un espacio a todo un desierto. Un re(no)-lugar, por tanto, en el sentido de intensificación semántica del lugar, de una posición que no es tal.
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