29.10.06

Emigrante desde dentro

A decir verdad, -me dijo- de Antonio Berni conozco muy poco. He visto algunas de sus pinturas, tremendas muchas de ellas, sobre todo porque la denuncia social era su fuerte, algo que le emparentaba con muchos artistas de la primera mitad del siglo XX, hijos de inmigrantes en un país en expansión de habitantes e inserción acelerada. Y, como todos los artistas de entonces, la formación la acababan en París o en Roma, era una condición fundamental para ser alguien. Reconocido en su nación aunque con las limitaciones que tienen los grandes en un país que no premia a sus grandes artistas. Así somos». Creo que al amigo argentino, nacionalizado madrileño, que me respondió con estas líneas anteriores a mi requerimiento sobre qué le parecía Antonio Berni, le contesté, vía correo electrónico, con un lacónico: «Así somos todos».

Antonio Berni nació en Rosario en 1905 y murió en Buenos Aires en 1981. Sus padres eran de origen italiano y habían llegado a Argentina junto con otros miles de inmigrantes. Con sólo 18 años expuso por primera vez en Buenos Aires. En 1925, el Jockey Club de Rosario le otorgó al joven Berni una beca para estudiar en Europa. Se instaló en París donde frecuenta la bohemia intelectual de la ciudad y conoce a artistas e intelectuales de diferentes países que coinciden en la capital francesa. También realizó varios viajes por países europeos que le permitieron conocer museos, artistas y obras de la historia del arte que van influyendo en sus trabajos. El principal descubrimiento para Berni en esos años fue la relación entre el arte y la política, el rol del artista como hombre de su tiempo y como actor social. La pintura será su manera de reflexionar sobre la realidad y de intentar transformar el mundo marginal de los trabajadores.

Desde 1936, el artista vivió en Buenos Aires y, en los próximos años, obtiene algunos de los principales premios de su carrera. A partir de los años 60, Berni trabajó en una serie nueva: las obras dedicadas a Juanito Laguna y Ramona Montiel, dos personajes inventados por él para utilizarlos como símbolos de la niñez explotada en América Latina. Para estas obras, Berni utilizó un tipo de collage que transforma sus cuadros en superficies cargadas de elementos como latas, plásticos, hierros, maderas, telas, zapatos... La idea era incorporar los desechos que el artista recolecta en los barrios marginales de Buenos Aires donde podrían vivir Juanito y Ramona. Con este ciclo Berni completó hasta los años 80, uno de los capítulos más originales del arte argentino.

Cuando paseen por las salas del Castillo de Santa Catalina y recorran una a una las veinte obras que se exhiben recuerden que no hay crítica más aguda, pero a la vez más imparcial, que la del que ve su propio terruño desde la perspectiva que otorga la distancia. Ésta no tiene por qué ser forzosamente geográfica, más bien al contrario. En la mayoría de los casos es fruto de una autoimposición, de un alejamiento consciente para ver mas allá, para hacer emerger una necesaria crítica -social, en este caso- de lo vivido, que por cotidiano se torna en invisible.

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