25.4.05

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Ellos lo tuvieron claro, desde el inicio. En la Alemania de 1936 la propaganda era el régimen. Los Juegos Olímpicos de Berlín fueron el primer evento retransmitido en directo por la televisión. Para ello, los receptores televisivos –el televisor vino después– se ubicaron en pequeños teatros públicos con capacidad para cincuenta personas. Precios populares para el visionado del deporte entendido como espectáculo. Así la competición sirvió como excusa para exaltar el carácter competitivo de un pueblo, insuflando de este modo el veneno de la superioridad. Lo demás, efecto de la causa sugerida, la expansión y reafirmación del aparato nazi, la quimera de la raza aria... simplemente, la multitud expectante se convirtió en masa dúctil y maleable, y el medio, herramienta del poder, medio de masas. Todo bajo el manto seguro del aparato propagandístico, pero arrolló Jesse Owens –cuatro medallas de oro en atletismo, el deporte predilecto del Reich– que era negro, norteamericano y pobre. Aún se recuerda, desde Marathon no ha habido hazaña deportiva con mayor repercusión mediática desde la perspectiva de la historia. Se demostró teóricamente, a golpe de zancada, que la supremacía de la raza era una falacia; en la práctica, se tardó nueve años hasta ganar la guerra. El coste fue muy alto. De algún modo u otro, aún se lucha. Pero, el medio de masas, regidor de la multitud al fin al cabo, triunfó mutando su nombre hacia la, ahora asumida por todos, cultura de masas.
Heredero, en lo técnico, de todo ese conjunto de inmejorables operadores, realizadores, escuelas y teóricos de la comunicación que una vez trabajaron para la Alemania anteriormente descrita fue Gerry Schum (Colonia 1938-Düsseldorf, 1973). Estudiante de cine en Munich y Berlín durante los años sesenta, e interesado desde su juventud por las corrientes artísticas de la época tales como el land art, el povera, o el conceptual, pronto comprendió que su interés iba más allá de rodar documentales temáticos sobre artistas, obras o eventos culturales. Desde el primer momento, el objetivo del realizador alemán fue convertir el soporte audiovisual en un medio de representación artístico válido por sí mismo, de este modo, se sacaba al arte de la propiedad privada negándole su condición elitista al democratizar su audiencia, gracias al poder del medio. Redefinir la función social del arte, gracias a un poderoso medio de comunicación. El proyecto era evidentemente idealista y utópico, y chocaba con los intereses de las cadenas de televisión, incluso las públicas, que en un primer momento acogieron la idea. Sólo unos años, de 1968 a 1972, antes de que la industria fagocitara la idea, negándola en su totalidad. Años de producción de obras fundamentales en lo artístico pero imposibles en lo económico, no por los costes sino por las reglas mismas de la audiencia. ¿Qué interesa a quién?, fue la pregunta, la misma que seguimos haciéndonos ahora. Schum no tenía repuestas para ello, pero sentó las bases del video arte, fundó la primera galería dedicada a obra en formato video, y filmó las obras de numerosos artistas de su generación.
Listos para rodar, la exposición que alberga el CAAC hasta el 7 de junio presenta los trabajos de Gerry Schum y de su principal colaboradora Ursula Wevers. Un recorrido imprescindible por los comienzos de lo que ahora asumimos como arte, eso sí, con el permiso y la concesión de la cultura de masas.

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