31.8.05

El fruto de la soberbia

“Luego dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra.» Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos.» De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra, y por lo tanto dejaron de construir la ciudad. Por eso a la ciudad se le llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el idioma de toda la gente de la tierra, y de donde los dispersó por todo el mundo.” Génesis 11, 4-9.

La soberbia
Aún en el origen de los tiempos, para el relato bíblico, la ruina es el castigo divino ante la impiedad. Tanto para el judaísmo como para el cristianismo, el quebrantamiento de la alianza entre Dios y su criatura, la negación de la religión (re-ligazón) que supone la impiedad sólo puede ser fruto de la soberbia, de la altivez de espíritu previa a la caída. Así pecó Lucifer el más luminoso, el más perfecto entre las huestes angélicas, por competir en gloria con Yahvé, por soberbia, Éste lo arrojó al abismo, donde el ángel, ya oscuro, reina sobre la ruina, sobre un infierno que no es sino una antítesis de las esferas divinas. Así pecaron Adán y Eva, cuando tomaron de la fruta del árbol prohibido, inducidos por la soberbia del que se sabe hecho a semejanza de su creador pero aún requiere la potestad del hacer, máxima sabiduría. Por ello fueron expulsados del Paraíso, quemando Yahvé el Edén, reduciéndolo a cenizas y ruina. Así pecaron los constructores de la torre de Babel, por querer ser como Dios al construir una torre que tocara el cielo, al negarle a Yahvé la exclusividad de la verticalidad y de la permanencia —símbolo del sometimiento de la dualidad espacio-tiempo. Como castigo confundió su idioma; dispersos, dejaron de construir la torre, convirtiéndose en ruina, negación palpable de lo firme y lo perenne.


La ruina
Pareciera, de este modo, que la divinidad es celosa de su mayor potestad, la creación, que sólo el arte, entendido como técnica, como artificio, es la única forma de producción permitida a las criaturas. Pareciera que todo lo humano comparte la misma esencia del hombre, ese ser para la muerte, para la desaparición que es la ruina. Para el arte, la divinidad continúa condenando al hombre y a todo lo por él creado. La obra de Dios, la naturaleza, tiene sin embargo el poder de la regeneración. Dios se reserva sólo para sí la verticalidad y la permanencia, el dominio del espacio y del tiempo, al hombre le queda la fama, la historia, pero también los vestigios de lo creado, los restos de su presencia, podredumbre, ruina, a fin de cuentas.


La exposición
La muestra El esplendor de la ruina que acoge hasta el 30 de octubre la sala de exposiciones de la Pedrera, bajo la organización de la Fundació Caixa Catalunya, reúne alrededor de cincuenta obras que giran en torno a la ruina. Dividida en cinco secciones la exposición abunda en el interés y el gusto que por la decadencia de la cultura y la civilización en occidente ha tenido el propio arte. Desde el Renacimiento donde la ruina estaba vinculada a las escenas pictóricas que representaban la historia sagrada, hasta el siglo XX donde la irrupción de nuevos lenguajes artísticos como el cine o la fotografía fueron testimonio del poder destructor y la violencia de la propia humanidad contra sí misma, pasando por periodos claves —siglo XVIII o romanticismo—para la concepción de la ruina como parte de categorías estéticas como el pintoresco o el sublime, la muestra ahonda en la relación inequívoca de la representación de la ruina en el arte con los presupuestos estéticos preconizados por el romanticismo. La noble tristeza, el artista como genio, como demiurgo frente a la creación divina, lo inconmensurable de la naturaleza, la persistencia de la muerte... conceptos todos provinentes de esa visión cristiana-religiosa que el romanticismo defendió y que la ruina como representación plástica de ese ideario llevó a cabo.

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