16.1.06

La duración de la eternidad


“Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. [...] Porque todo lo que se ha escrito hasta ahora lo fue para los dioses o para los hombres. Y sitúo entonces a los faraones también entre los hombres porque son nuestros semejantes en el odio y en el temor, en la pasión y en las decepciones. No se distinguen en nada de nosotros aun cuando se sitúen mil veces entre los dioses. Son hombres semejantes a los demás. Tienen el poder de satisfacer su odio y escapar a su temor, pero este poder no los salva de la pasión ni las decepciones, y cuanto se ha escrito ha sido por orden de los reyes, para halagar a los dioses o inducir fraudulentamente a los hombres a creer en lo que no ha ocurrido. O bien para pensar que todo ha ocurrido de una manera diferente de la verdad. En este sentido afirmo que, desde el pasado más remoto hasta nuestros días, todo lo que ha sido escrito se escribió para los dioses y para los hombres.”
El escritor finlandés Mika Waltari tardó más de diez años en realizar las investigaciones necesarias y documentarse lo suficiente sobre el Egipto del Imperio Medio para alumbrar una de las mejores novelas históricas jamás escritas: Sinuhé, el egipcio. Las líneas aquí recogidas inician un relato que por ficción no resulta menos indispensable para aproximarse a toda una civilización que giraba en torno a la única figura de un hombre, de un guerrero, de un sacerdote, de un rey, de un dios... del faraón.
La casa grande
El nombre faraón deriva de la palabra egipcia par-o, que significa casa grande. Así pues, faraón era inicialmente la residencia que ocupaba el rey, pasando después a designar a la autoridad misma. Los faraones eran considerados por los antiguos egipcios divinos encarnación del dios halcón Horus, y por tanto hijos del dios sol Ra. Su voluntad era sagrada, porque ellos eran los depositarios en la tierra del maat, el orden y la justicia universal que impera en todas partes. Toda la tierra de Egipto y su pueblo pertenecían a los dioses, y en particular a Horus, a quien, según se creía, el faraón representaba sobre la tierra en el transcurso de su vida. Las funciones del faraón consistían en mantener el orden total del universo, establecido en el momento de la creación, y que abarcaba no solamente la estructura social y política de Egipto, sino también las leyes de la naturaleza, el movimiento de los cuerpos celestes, la sucesión de las estaciones y la inundación y estiaje anuales del Nilo. Los miles de campesinos que intervenían en el gran esfuerzo de construir un templo o una tumba para el faraón participaban en un acto que, según se estimaba, traería espléndidas consecuencias para la tierra y el pueblo de Egipto. Por ello, participar en la construcción de las pirámides y de los templos era para los egipcios un acción de profundo significado que iba más allá de la construcción de monumento que recordara para la eternidad el nombre y las virtudes del faraón fallecido.
Posiblemente en épocas remotas, antes de la unificación del Alto y el Bajo Egipto, cuando aún rey se hacía viejo, era considerado inútil porque había perdido la fuerza vital que le permitía mantener el orden cósmico y social y, por ello, debía ser eliminado incluso mediante una muerte violenta. Pero en época histórica, la eliminación se había sustituido por la fiesta ritual del sed en la cual se renovaban las capacidades del faraón mediante una serie de oscuros ritos que se celebraban en estancias especiales. Esta teoría dual de la monarquía, al gobernar los dos egiptos, se reflejaba en la representación del monarca con dos coronas —la corona blanca del sur y la corona roja del norte—, en la bipartición territorial de la administración, o en la inequívoca separación(-ligazón) social y por tanto, religiosa entre la Casa de la Vida y la Casa de la Muerte.
La otra vida
En las culturas asiáticas, la muerte es uno de los elementos más importantes, intentando la religión aportar a los creyentes una realidad admisible posterior al hecho irrenunciable de la muerte. En Mesopotamia existía la creencia en la vida futura pero era tremendamente pesimista. Para los mesopotámicos, los dioses eran infinitamente superiores a los humanos por lo que tras la muerte, los seres humanos eran castigados a comer barro y polvo. En Egipto, tras la muerte, el ka comparecía ante el tribunal de Osiris para responder de sus acciones. Los que habían cometido malos actos serían castigados mientras que los justos entrarían en el reino de Osiris donde llevarían una vida placentera, comiendo y bebiendo por lo que era necesario dejar ofrendas ante el muerto. Como era necesario un cuerpo en ese otro mundo, los egipcios eran embalsamados con el fin de recuperar el cuerpo incorrupto, porque la otra vida como tal, y así entendida, no era posible sin el propio cuerpo. La doble influencia de la vida cotidiana egipcia tan centrada en el cuerpo y en la naturaleza y las firmes creencias en el más allá hicieron que éste no fuera considerado sino otra vida, igual de corporal si cabe. Las representaciones plásticas así lo prueban con un arte bastante más cercano a lo natural y a lo real de lo estrictamente admitido.
El arte eterno
Dos son quizá los aspectos más llamativos del arte egipcio, que se desarrolló a lo largo de tres mil años. Por una parte el anonimato de sus creadores y por otra el estilo independiente. Efectivamente el artista egipcio no está reconocido, es la figura del faraón la que ha llegado hasta nosotros. Por otra parte el arte egipcio permaneció casi ajeno de los acontecimientos históricos —salvo quizás el giro realista en el reinado de Akhenatón— ni por influencias foráneas, más bien todo lo contrario.
Influido por la religión y por ende por el poder político el arte como la vida cotidiana en el antiguo Egipto no sólo representó plásticamente sus creencias en la otra vida sino que formal e ideológicamente plasmó fundamentalmente el concepto de eternidad-durabilidad, y fueron estas ideas las que determinaron toda su producción artística. Salvo pequeñas variaciones a lo largo de los siglos, la representación bidimensional, la frontalidad, la falsa perspectiva, la horizontalidad no son carencias en el estilo ni una enfermiza falta de evolución estética sino la persistente plasmación de un ideario religioso, de una forma de concebir la vida, de una visión de un mundo eterno por duradero.
La muestra
Faraón integra dos exposiciones en una, ya que se compone de una proyección audiovisual en tres dimensiones sobre el cuerpo de una momia procedente del Museo Británico, y la exhibición de ciento veinte obras, algunas con más de cuatro mil quinientos años, del Museo de El Cairo. La muestra se inicia con la visualización de Momia: viaje interior, una proyección de realidad virtual en tres dimensiones que explora el interior de una momia con una antigüedad de dos mil ochocientos años. La película fue exhibida en el Museo Británico en Londres y permitirá desvelar a los espectadores los secretos del sacerdote Nesperennub: cuando vivió y dónde, su alimentación, su profesión y otros múltiples detalles de la existencia de este personaje. Para la visualización de la película y a modo de sala de proyección se ha construido una pirámide de dieciocho metros de altura en un ámbito anexo a la Fundación Canal, sede de la muestra.
En el interior de la sala de la exposición propiamente dicha se pueden contemplar las diferentes piezas, las cuales, ofrecen un recorrido sobre la vida e historia de los faraones desde el Imperio Antiguo (2686-2173 a.C.) hasta el Imperio Nuevo (1552-1069 a.C.) Estructurada en siete ámbitos que profundizan en la vida del Antiguo Egipto a través de la historia, la política, las ceremonias, los palacios y la organización social la mayoría de las obras pertenecen al periodo del llamado Imperio Nuevo considerado por muchos estudiosos la época dorada de la civilización egipcia. Entre las expuestas destacan: la imponente estatua de tres metros de altura con cerca de tres mil quinientos años de antigüedad llamada el coloso de Tuntankhamón, que fue encontrada en el templo funerario de Ay y Horemheb en Tebas Norte; la estatua del Rey Kefrén, pieza realizada en basalto perteneciente a la Dinastía IV, reinado de Kefrén; el pilar del templo de Atón en Karnak, escultura que formaba parte de uno de los colosos que estaban adosados a los pilares del citado templo o la máscara funeraria de faraón Psusenes I perteneciente a la Dinastía XXI, que entre todos los objetos hallados en la tumbas reales de Tanis destacó desde el primer momento por la belleza y rotundidad de sus formas y por el oro empleado en su realización.La muestra que pudo verse el año pasado en Valencia, y con posterioridad en Venecia y París, respeta la atmósfera de templos, palacios y salas mortuorias, consiguiendo transportar al visitante, al complejo mundo, pleno de simbolismo, de una de las civilizaciones más fascinantes de las historia.

Faraón
Centro de exposiciones. Arte Canal. Madrid
Hasta el 14 de mayo

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