31.1.05

La sensualidad de lo táctil

Tres años en la Petine Ecole de Dessin de París, rechazado su ingreso por tres veces en la Escuela de Bellas Artes, dispensado del servicio militar por miope en la guerra franco-prusiana, escayolista, decorador, ayudante de escultores como Dalou, Maindron y Klagmann gracias a sus incipientes dotes como modelador... A simple vista, nada de lo realizado por Auguste Rodin en su juventud parecía presagiar el salto cualitativo acaecido a los treinta y siete años; de meritorio artista de taller a creador genial cumbre de la escultura decimonónica.
La influencia de su maestro Carrier-Belleuse con el que colaboró en la realización de las decoraciones para los principales monumentos de Bruselas y, sobretodo, el decisivo viaje a Italia de 1875 donde conoció la obra de los escultores del Renacimiento, con especial fijación por Miguel Ángel, se condensó en una escultura, La edad del bronce, presentada en el Salón de Otoño de 1877 de la que, por extremadamente veraz, fue acusado de haber realizado moldes de yeso a partir de modelos vivos. El movimiento definido gracias a la tensión muscular, el gesto como reflejo del estado interior para llegar, a través de la representación tridimensional de la figura humana, a la belleza como excusa no de la imagen fidedigna sino de la verdad en el arte. A partir de entonces, comenzó a trabajar en las Puertas del infierno, pórtico de bronce encargado por el Gobierno francés para el Museo de las Artes Decorativas de París, de las que fue desgranando una tras otra las diversas esculturas, hitos de la historia del arte, llaves maestras para la plástica del nuevo siglo que se iniciaba.
La vibración de la carne, el movimiento como tensión contenida, lo táctil como condición de posibilidad de la sensualidad, la inmanencia de lo erótico en el cuerpo, lo llevan a consagrase por entero a la figura humana encontrando en el cuerpo femenino una de sus mayores fuente de inspiración. Su propia vida estuvo inequívocamente marcada por su relación con el otro sexo. Unido profundamente a su hermana, que murió cuando él tenía veintidós años, le siguió una duradera relación con Rose Beuret, con la que se casó sólo al final, y un apasionado y tumultuoso romance con la escultora Camille Claudel, que dejaría a ambos marcados para siempre. Modelos, bailarinas, prostitutas, grandes damas, artistas desfilaron en mayor o medida por una vida sentimental tildada cuanto menos de procelosa.
En las últimas décadas de su vida, Auguste Rodin comenzó a realizar pequeños dibujos eróticos de sus modelos femeninas, situándolas a la distancia mínima de observación y exhibiéndolas en posturas desinhibidas. Utilizando sólo el lápiz y la acuarela consiguió expresar en unos pocos trazos la fuerza expresiva y la evocación erótica que bailarines como Isadora Duncan, Luis Fuller o Nijinsky habían llevado a la danza con movimientos más libres y naturales. Calificados por sus contemporáneos como indecentes e inmorales, estos bocetos ilustran, al igual que su obras en bronce o mármol, la fascinación de escultor francés por la inmediatez física del cuerpo, augurando lo que posteriormente y en sus últimos años realizarían pintores como Schiele o Picasso
Comisariada por Alain Kirili, la muestra que podrá verse en el IVAM hasta el 20 de marzo, reúne setenta dibujos -entre ellos numerosas acuarelas- pertenecientes a los fondos del Musée Rodin de París. Acompañando a esta selección de obras sobre papel, fechada en los últimos años de su trayectoria, podrán verse tres esculturas de Rodin entre las que sobresale Balzac Athlète.

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