14.2.05

La necesidad del superhéroe

Volvamos atrás, no mucho… justo lo necesario para que surjan en nuestra mente nombres como Superman, Spiderman, Los Cuatro Fantásticos, o Batman. ¿Qué tenían aquellos personajes, aquellos cómics, para que llegáramos a devorar sus aventuras en nuestra adolescencia? Salvando las diferencias entre ellos, que son muchas, y dejando a un lado el carácter propagandístico de la mayoría, hay un tipo superhéroe bien definido, una tipología casi, que coincide con el que obtiene un mayor éxito ventas de sus aventuras. No es el más poderoso ni mucho menos el más respetado, es más, la policía de sus viñetas suele considerarle una amenaza, y la opinión pública, en exceso maleable, lo adora y detesta a partes iguales. En la vida real acostumbra a ser un perdedor o un excéntrico, un inadaptado social por antonomasia cuyo extraño poder le impide atender a sus propios sentimientos. El conflicto que subyace en la mayor parte de sus peripecias surge al situarse el héroe en la diatriba de la autonegación del don que posee para alcanzar así la adaptación social y una suerte de imperativo moral que le lleva a aceptar su poder/carga para salvar así a la humanidad, ejemplificada siempre en una ciudad. La identificación inconsciente del lector con estos personajes, la mimesis en actitudes, situaciones y elecciones por una sociedad carente de modelos válidos es el sustrato principal del éxito de esta fórmula.

En su deseo por construir el estado-ciudad ideal, Platón defendía en el libro X de la República, que los artistas y poetas deberían de ser expulsados de la ciudad o bien puestos bajo vigilancia, advirtiendo que sus enseñanzas podían perjudicar a sus habitantes, principalmente la labor de los guardianes. En la ciudad platónica cada ciudadano desempeña una tarea, la cual, estructura y conforma el orden social, desde los oficios más bajos hasta la dirección del Estado. Sin embargo, el artista, el poeta, no tiene una función clara a desempeñar más allá de la mera copia o interpretación de la realidad, por ello es apartado de la sociedad. Su arte, lejos de la labor del artesano, está más cerca de la inspiración de los dioses que de la técnica de los humanos. Así pues, la posesión de un don, de un poder, ya sea la creación en el artista, ya la mayor potencia o singularidad física del superhéroe, desafía los presupuestos básicos del Estado. La evidencia de la disparidad, la posibilidad de ver más allá de lo que otros ven, destruye la falsa creencia de igualdad, principio solidario de una estructura social ideal.

La galería Magda Bellotti acoge la segunda exposición individual en su sede madrileña de la artista jienense Ángeles Agrela (Úbeda 1966). La muestra, titulada Los héroes, gira en torno a una trilogía de vídeos que tienen como protagonista a la superhéroe La elegida, alter ego de la propia artista. Desde la visión irónica del héroe enmascarado más cercano un luchador de wrestling mejicano que a un superhéroe neoyorquino (no olvidemos cómo empezó su carrera Spiderman) Agrela se cuestiona el concepto de arte y la idea misma de creación. La metáfora del superhéroe ejemplifica la visión romántica del artista como ser apestado, apartado de la ciudad y parte intrínseca de ella, elegido por un don tan incomprendido como necesario para la sociedad que lo rechaza.

Junto a los videos, se muestran dibujos de gran formato con grandes primeros de los luchadores enmascarados con poses a la manera del cómic y una factura cercana al estilo gráfico aunque no propiamente al canónico pop de las historietas. Los objetos y fotografías de Elegida conforman una instalación que ilustran la biografía de la superheroína cerrando una exposición sugerente en lo plástico pero mucho más interesante en las ideas que remueve y plantea.

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