“Debido al hecho de que he pintado monocromos durante quince años. Debido al hecho de que he creado estados pictóricos inmateriales. Debido al hecho de que he manipulado las fuerzas del vacío, debido al hecho de que he esculpido con fuego y agua y pintado con fuego y agua. Debido al hecho de que he pintado con pinceles vivientes […] Debido al hecho de que he inventado la arquitectura y el urbanismo del aire”. Con estas palabras iniciaba el artista francés Yves Klein su manifiesto conferencia de 1961 en el mítico para muchos, Hotel Chelsea de Nueva York. Al año siguiente murió, a la temprana edad de 34 años, dejando una corta carrera artística que no abarcaba más de siete años, pero que es reconocida por la historia del arte como una de las más singulares, relevantes e influyentes del siglo XX.
Nacido en la Costa Azul francesa, de padres pintores, Klein comenzó su actividad profesional como judoca. La plena armonía existencial, la indivisibilidad de cuerpo y mente que preconizada la práctica de este arte marcial le llevó a estudiar durante quince meses en el Instituto Kodokan de Tokio, donde ahondó en su propia concepción de la filosofía, la vida y el arte. La influencia de la filosofía Zen como perfeccionamiento de la perceptividad para llegar al estado de vacío interior, así como su predilección por lo ritual ejemplificado en su interés por la mística rosacruz se hace patente en una trayectoria artística que se inicia en 1955 con la presentación de su primer monocromo Expresión del universo de color naranja plomo en el Salón des Reálités Nouvelles. El cuadro fue rechazado por la organización con el argumento de que un solo color, un solo tono, un monocromo no construía una pintura. El color plano, en las sucesivas series de monocromos presentadas por Klein realizadas a rodillo, incide en la expansión de la pura percepción visual, invitando al espectador a imbuirse en un espacio inmaterial constituido por un infinito de color. Esta materialización de la pura sensibilidad despeja el camino hacia el estado de vacío interior que años más tarde también buscaría Mark Rothko en sus célebres telas para la capilla Menil de Houston.
En busca de la inmaterialidad, vinieron los perfomances, el esculpir desde el fuego, las instalaciones de arquitectura de aire pero llegó el azul, el azul cielo, azul mar, ultramar, el azul Klein (International Klein Blue en sus siglas en inglés) y a partir de entonces nada y todo fue igual. Los aspectos más abstractos de lo visual ejemplificados por un color creado con ayuda de un amigo químico, que patentó convirtiéndose en su principal seña de identidad. Un color, que mantuviera la luminosidad del pigmento primigenio, y que aglutinara en sí no sólo la culminación de una virulenta trayectoria artística, sino todo un ideario artístico y estético. El azul lo cubrió todo, pinturas monocromas, esculturas… para así vaciar de significado los propios objetos y reivindicar así lo inmaterial.
28.3.05
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