7.3.05

El silencio de la existencia

Pintar la ausencia, hacer presente el espacio. Fotografiar el instante en el que todos se han ido, en el que se deja de habitar, en el que se deja de construir, para reivindicar el alto en el progreso. El proceso tiene sus silencios, sus abandonos, sus retiradas y huidas que quedan camufladas bajo la satisfacción del resultado final, por el producto realizado que nos parece completo y compacto. Los andamios, el cemento visto, los herrajes, la cama desecha, la puerta entreabierta, las paredes lisas, las máquinas detenidas... señales, indicios de una anterior actividad de una presencia que ya no está, pero que se hace palpable por lo que crea y conforma. Luego, el espacio no vacío sino abandonado que toma conciencia de sí de su volumetría a base de luces y sombras, espacio configurado por el que se ha ido, creado por ese que ya no está, y que no es otra cosa que un vestigio de una existencia ausente. Una arqueología a fin de cuentas, una arqueología inversa. Lo acabado no tiene interés alguno, cuando la obra termina y ya es museo o sala de reuniones o terminal de aeropuerto, cuando las máquinas funcionan, cuando la habitación se vive ya no hay muestra del proceso posible, sólo queda la esencia.
José Manuel Ballester (Madrid, 1960) no pinta arquitecturas ni fotografía espacios, sin embargo la mayor parte de sus obras ya pinturas, ya fotografías, presentan espacios y detalles arquitectónicos, elementos estructurales. Con una técnica exquisita, desbroza el espacio vacío a base de luces y sombras. La exposición que acoge el Palacio de Velázquez muestra incluso varias salas de museos desangeladas a modo de caverna platónica, a modo de analogía de la ciudad y de la propia arquitectura. Luego, en un rincón de la muestra las pinturas que dan título a la exposición, habitaciones de hoteles vacías, numeradas, camas desechas como huellas dejadas por el cuerpo del viajero, del que se va, del que nunca permanece, del que abandona para hacer patente su existencia.

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