2.5.05

Pasión carnal

Porque lo amó hasta la exaltación, Venus le dedicó sus bellos jardines, repletos de flores y plantas que las doncellas sirias regaban con agua caliente para que éstas nacieran rápidamente, alcanzaran una exultante belleza y se extinguieran de súbito, simbolizando la intensa pasión vivida, sólo truncada por la pronta muerte del amado.
Por vanagloriarse de ser más bella que la propia Venus, por impiedad, ésta castigó a Esmirna, hija de Tías, rey de Asiria. Insuflándole una pasión desmedida por su propio padre, la diosa fraguó la venganza. Esmirna logró, embriagando al rey, consumar el incesto durante doce noches. Sólo en el último sueño, el monarca desveló a la mujer con quien yacía. La intercesión de los dioses salvó a la hija de ser ensartada por la espada del encolerizado padre. Convertida en árbol hasta la eternidad, un jabalí corneó el tronco, del que nació el hermoso Adonis. Fruto de la impiedad y el incesto, Venus ocultó al niño en un arcón y lo dejó al cuidado de Proserpina, diosa del infierno. Ante la belleza del efebo, la reina del Hades transformó el amor maternal en callado ardor, negándose a devolver al ya joven, cuando Venus lo requirió. Júpiter dirimió la disputa entre las diosas erigiendo en juez a Calíope, musa de la elocuencia, la cual, resolvió que Adonis pasaría cuatro meses junto a Proserpina, cuatro junto a Venus y cuatro solo. La seducción de Venus, materializada en el encanto de su ceñidor y en la rotundidad de su cuerpo, hizo olvidar los amores de la madre adoptiva, incumpliendo la sentencia de Calíope. Henchida de venganza ante el desaire, la diosa del Hades recurrió a su marido Ares, anterior amante de Venus, para relatarle cómo el mortal había despertado más pasión en la diosa del amor, que el propio rey de los infiernos. Convertido en jabalí, encelado hasta la violencia, llegó la bestia al monte Líbano donde Adonis se divertía cazando mientras retozaba con su enamorada. Intuyó Venus, quizás, la inminencia de la desgracia, intentó retenerlo, pero ante la relevancia de la pieza, nada pudo hacer. De poco sirvieron los esfuerzos de Venus por socorrerlo, el jabalí lo despezó con sus colmillos.
Narcisismo, enamoramiento, incesto, celos, sumisión, ardor, deseo carnal, venganza... casi todas las pasiones, hasta las prohibidas por extremas y antinaturales, están recogidas en el mito. Dejando a un lado la concepción del amor como necesidad de unión con otro ser partiendo del propio sentimiento, consciente o no, de insuficiencia, Venus y Adonis propone una revisión de la galería de pasiones, deseos y sentimientos que se disponen bajo el manto, excelso en demasía, del amor. Esta exaltación de la carnalidad y de las pasiones implica todo un periplo por las distintas fases que se despliegan en el enamoramiento. Venus –el amor– es intrincada, traicionera, celosa, egoísta, morbosa, lasciva, pero también, y sólo por ello, entregada y sufriente hasta la extenuación ante la muerte del sujeto pasional, que sólo al final coincide con su amado.
Annibale Carracci entendió a la perfección esta contradicción cuando se enfrentó a la resolución pictórica de un mito tan complejo. Bien es cierto que, como prueba la exposición que inaugura el Museo del Prado sobre la obra en cuestión, tuvo inmejorables referentes en los lienzos que sobre la misma temática realizara Tiziano o Veronés en la segunda mitad del siglo XVI, pero quizás sea la pintura del boloñés la que con mayor elegancia destila el contrasentido inherente a la pasión descarnada. El cuerpo mórbido de Venus trazado desde una línea compositiva oblicua, la desnudez que hace cercana la carne, junto a la mirada contenida en perfil de la diosa. El cuerpo cargado de movimiento de Adonis, presto hacia la caza, que gira el rostro ante la quietud de la amada. El brazo derecho apoyado en el tronco, la pierna izquierda adelantada, en un ir para quedarse, en dar para recibir. Al contrario que las obras de Tiziano y Veronés, Venus abraza a Cupido, al amor mismo, no al amado que parte. De este modo, Carracci incide en el fundamento mismo de la pasión amorosa, que es el deseo, no el objeto deseado, el que nos mueve, es la cualidad del amar, no el amado en sí, la que nos llena.
Comisariada por Andrés Úbeda, la exposición Annibale Carracci. Venus, Adonis y Cupido permite al espectador, desde un punto de vista formal, acceder a la génesis de un lienzo gracias a las radiografías mostradas del mismo. Por otro lado, los dibujos preparativos y obras relacionadas, dan una visión completa del contexto y de las posibles influencias, siendo de gran interés la documentación técnica mostrada para ilustrar la restauración a la que ha sido sometido el lienzo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto es una mierda

Javier Pantoja dijo...

Algún argumento?