13.10.05
Voluntad de representación
Escribía el dramaturgo alemán Heinrich von Kleist sobre la pintura de Caspar David Friedrich Monje en la orilla del mar (1808-1810): "Es magnífico mirar sobre un desierto de agua sin límites desde la soledad infinita de la orilla, bajo un cielo nublado. Para ello es necesario haber ido hasta allí, añorar todo lo que se desea para vivir y, a pesar de ello, oír la voz de la vida... y así yo mismo me convertí en el capuchino... Nada puede ser más triste y más insoportable que esta posición ante el mundo: ser la única chispa de vida en el amplio reino de la muerte, el solitario centro del círculo solitario. El cuadro con sus dos o tres misteriosos objetos se presenta como el Apocalipsis..."
Los veinticuatro óleos y doce acuarelas que componen la exposición del pintor cántabro Emilio González Sáinz exhibidas en la Sala Rivadavia, comparten mucho del espíritu que inspiró el cuadro de Fiedrich. El paisaje cósmico, así se titula la muestra, pareciera remitir a ese doble intento de ordenación de la inmensidad de lo real del individuo que se enfrenta a la totalidad. Por un lado, el recurso al paisaje, es decir, a la necesaria acotación perceptiva, al enmarque para no ver más allá de los límites marcados pues el todo es inasumible, y por otro, lo cósmico —si atendemos a la etimología, naturaleza ordenada— como fruto jerarquización necesaria de la multiplicidad de los elementos ya enmarcados. Así, la infinitud inherente al espacio, la autoreferencialidad máxima, en donde un punto remite a un inmensidad queda condensada en unos lienzos y unas acuarelas que superan la melancolía que impregna buena parte del paisajismo romántico decimonónico.
Emiligo González no cesa en su empeño de representar el mundo, en su voluntad de hacer presente un mundo conocido sólo por la mirada del propio artista, ahí está la base de su pintura que no va más allá de una simplicidad formal y técnica tan apabullante como necesaria. Cada gaviota, cada personaje, cada paisaje desprovisto, existente, preexistente... todos tan lejos y tan cerca de la atracción del abismo.Así expresaba Schopenhauer, pocos años después de que Friedrich rematara su cuadro, la posición del hombre en el cosmos: "En el espacio y en el tiempo infinitos el individuo se ve como magnitud finita, es decir, insignificante con respecto a aquellos, lanzado a ellos; y a causa de esa infinitud siempre posee una noción relativa, nunca absoluta, del cuándo y dónde de su propia existencia, pues su situación y su duración son partes de un todo infinito y sin límites".
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