Sólo la mayor ausencia manifiesta la existencia. Sólo cuando lo mutable desaparece la evidencia del cambio se muestra. Cuando un lugar se abandona éste se torna en espacio trasluciendo sus volúmenes que no son más que formas de la carencia y es en esa privación donde se exponen los vestigios de la anterior presencia. En la mudanza siempre queda algún mueble, algún objeto –aquello que no se arroja-, que disiente por entero de su etimología al no trasladarse. Es ese olvido, que como tal es inconsciente al igual que necesario, el que activa posteriormente el mecanismo del recuerdo, movilizando a la memoria.
La evocación surge de la reminiscencia, de esa actualización constante de huellas olvidadas, dejadas ahí, con la única función de hacer recordar para hacer presente. Así pues, la existencia se conforma desde el recuerdo aun cuando ésta sea conciencia de la propia esencia. La conciencia, testigo de la vivencia, siempre es conciencia de, y ello implica un constante acontecer que como tal sólo puede ser restituido desde el recuerdo. Es por tanto en la existencia, o mejor, en el perpetuo recordatorio de lo vivido donde se toma conciencia de la conformación del propio devenir, que no es sino un llegar a ser lo sido. Es esa precariedad inherente a lo humano, avocados todos a fin de cuentas a un dejar de ser, la que genera la nausea existencial.
La representación de lugares vaciados, de estancias que han sido y que ahora sólo son continentes de la propia mudanza sirven como metáfora plástica de la angustia en un paralelismo claro entre el destino humano y la reubicación física del mobiliario. Mudarse provoca angustia, que no miedo, ya que no hay experiencia del devenir, dicho de otro modo; de lo que puede llegar a ser el nuevo espacio o de cómo se puede llegar a ser en el nuevo espacio. En la mudanza, en el traslado, las cosas pierden su sentido utilitario, son innombrables, es entonces cuando apiladas, reducidas a cajas a mera clasificación se vuelven incontrolables. En ese punto, ya no son las cosas las que mudan, ya no son los objetos los que se trasladan, ya es el propio sujeto el que está de mudanza. De nuevo, la nausea existencial.
Con el sugerente y descriptivo título Los días frágiles la artista valenciana Carolina Ferrer presenta en la Galería Milagros Delicado su nuevo trabajo. La colección de pinturas exhibida muestra, por una lado, habitaciones en el momento previo al fin de la mudanza cuando ya sólo quedan algunas cajas que se resisten aún a ser transportadas, y por otro, estancias que se conforman con la sólo presencia de una silla testigo de la anterior vivencia. En este caso, la silla presentada, unas de las imágenes predilectas para buena parte del imaginario estético del siglo XX –recordemos la representación de la silla eléctrica de Warhol, o la propia historia del diseño industrial-, deja a un lado su carácter icónico, para en un proceso de vaciado conceptual permitir traslucir la carencia del sentado. Así, su funcionalidad, su razón de ser, su propia existencia es puesta en cuestión por el mero hecho de la movilidad intrínseca a la mudanza a su estar en un espacio ya descontextualizado. El sentado, lo está para favorecer un contexto, para relacionarse con lo que le rodea, la silla abandonada sólo hace más presente si cabe este hecho, pues se conforma como eje de coordenadas o perpetua remisión del espacio que la circunda. El lugar queda así vacío, gracias a la presencia del objeto que más lo llena; el objeto, la silla, que atrapa la presencia de lo humano, eminentemente móvil y mutable, en el espacio.
Las cuadros de Carolina Ferrer son tratados por la propia artista como verdaderos objetos que contienen una representación, no como la representación misma. Ello lo consigue gracias a la resina que los cubre que otorga una apariencia pulida y lustrada, una apariencia de fotografía soleizada y revirada a colores fríos como los verdes, azules y violetas. Una técnica que hace más presente para el espectador si cabe la mediación, la distancia máxima, entre lo representado, el tema que aborda, cómo lo representa y el soporte que todo lo acoge; ejes dispares, conceptos disímiles que la historia del arte occidental se ha encargado de mezclar y confundir.
Con esta exposición la artista valenciana persevera en la temática iniciada en muestras anteriores como El inventor de caminos donde se visitaban cuestiones como la mutabilidad, el traslado, el cambio, o el inicio del viaje, si bien éstas se abordaron de un modo más evidente y narrativo. Sin embargo, fue con la exposición celebrada en la valenciana Sala Parpalló, La voz blanca cuando se expusieron por primera vez esta tipología, si cabe la expresión, tanto en técnica como en modo de abordar la temática, que ahora aborda. El cambio, el traslado, la mudanza ya son tratados desde los vestigios que dejan, desde las huellas de la presencia que permanecen en los espacios vacíos.
Los días frágiles. Carolina Ferrer
Galería Milagros Delicado. Cádiz
Hasta el 10 de diciembre
Galería Milagros Delicado. Cádiz
Hasta el 10 de diciembre
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