20.12.05

La redundancia naturalista


Redundancia comunicativa
“Si el receptor es susceptible de tener cierta previsión sobre la secuencia de elementos que constituyen el mensaje, es decir, si éste posee una redundancia suficiente, el receptor percibirá el mensaje como una gestalt (forma) -sabemos que la percepción de una forma no es otra cosa que la conciencia de su previsibilidad-, y esto en la medida en que el artista pretende dirigirse a un público; el establecimiento dé ese justo equilibrio entre previsibilidad -traducida por la emergencia de las formas del mensaje- y originalidad de una aportación nueva, será, en este caso, la regla fundamental de composición.” En estas líneas concentraba el teórico francés de la comunicación de ascendencia estructuralista Abraham A. Moles (1920-1992) sus ideas acerca de la percepción estética y la acción comunicativa en su ensayo homónimo publicado en 1958.
Para la teoría clásica de la información heredera de los estudios de Sausurre, la redundancia asegura las condiciones de transmisión de un mensaje contrarrestando el ruido, es decir, las perturbaciones o distorsiones no intencionadas que afectan al canal (el sistema físico-técnico que sirve de vehículo a las señales). En un sentido más general y próximo al significado común de la palabra, la redundancia es una repetición tendente a hacer inteligible, o más fácilmente inteligible, un mensaje. Aún así, y de ello se percataron posteriores escuelas y estudios realizados en la segunda mitad del siglo XX, llevado al extremo el exceso de información, una máxima frecuencia -la redundancia por tanto- puede llegar a producir ruido. Dicho de otro modo, la sobreinformación, la repetición constante de un mensaje, conduce a activar por parte del receptor el mecanismo de la ignorancia del mismo, por hartazgo. En ese estado abotargamiento, de inconsciencia de, la voluntad se diluye, y el receptor, por tanto, es fácilmente maleable.


Puerto y puente
La exposición que nos ocupa, De Herrera a Velásquez. El primer naturalismo en Sevilla, está dedicada a la pintura sevillana del primer cuarto del siglo XVII, con un enfoque que es el resultado de dos años de estudio y preparación por parte de sus comisarios, Alfonso E. Pérez Sánchez, Director Honorario del Museo del Prado, y el profesor Benito Navarrete Prieto. En el planteamiento inicial de la muestra se pone de manifiesto con toda evidencia la interconexión entre la tradición pictórica manierista de raíz flamenca y la novedades del naturalismo de procedencia italiana. En escasamente un cuarto de siglo, irrumpe en al panorama pictórico sevillano toda una generación de artistas dotados de una excepcional capacidad de asimilación y creación entre los que se encuentra desde Herrera “el Viejo” a Velázquez, pasando por Zurbarán, Cano o Ribera. La Sevilla del primer tercio del siglo XVII supone un periodo decisivo para la conformación de la historia de la pintura española. Puerta de las Indias, circuló por la ciudad del hispalense algunos de los artistas más importantes de su tiempo. Unos con el deseo de aprender en los talleres de los maestros más reputados del momento, otros con la idea de pasar a América y hacer una fortuna que en el viejo continente se le tenía vedada, o trabajar para las importantes órdenes religiosas, enriqueciendo iglesias y conventos siguiendo las directrices estéticas impuestas por el Concilio de Trento. La necesidad de ajustar tanto en forma como en contenido el arte a las nuevas necesidades programáticas promovidas por la contrarreforma hizo triunfar un nuevo lenguaje artístico en la pintura que comienza a abandonar la artificiosidad del manierismo en pos de una verosimilitud preconizada por el nuevo naturalismo. Deudores de una generación de pintores puente entre el manierismo y el naturalismo, ejemplificada en la figura de Francisco Herrera “el Viejo”, se forma una serie de nuevos creadores que supondrán una conmoción en la pintura española, entre lo que se encuentran nombres tan referenciales como Francisco Zurbarán, Diego Velázquez y Alonso Cano, formados estos dos últimos con Francisco Pacheco y Ribera en Italia.
La revisión de estos autores y el estudio de las influencias que posibilitaron el extraordinario cambio de dirección que supuso el naturalismo en la historia de la pintura española es la finalidad del discurso expositivo, de interés argumental y didáctico, de esta muestra.

Naturalismo
Hablar de naturalismo de forma genérica remite a un estilo artístico, sobre todo literario, nacido en la Francia de fines del siglo XIX, basado en reproducir la realidad con una objetividad perfecta en todos sus aspectos, tanto en los más sublimes como los más vulgares cuyo máximo representante fue Émile Zola. En la mayoría de los escritos lo que se intentaba era reflejar que la condición humana está mediatizada por varios factores: la herencia genética, las taras, el entorno social y material en que se desarrolla e inserta el individuo desde un punto de vista determinista. De ello deriva otra importante característica del naturalismo decimonónico, una crítica a la forma como está constituida la sociedad, a las ideologías y a las injusticias económicas, en que se hallan las raíces de las tragedias humanas.
Sin embargo, el hablar de naturalismo en el campo de la pintura y más concretamente en el ámbito de la historiografía artística, remite en parte a la herencia dejada por Caravaggio en el siglo XVII. Los rasgos estilísticos de su pintura respondían perfectamente al ideario estético contrarreformista ya que sus obras eran cuadros de gran formato, con pocas figuras de tamaño casi natural y una acción a lo sumo que condensa el tema, la cual facilita el carácter didáctico y aleccionador de las imágenes religiosas, premisa básica del espíritu de Trento. La posterior escuela caravaggista continuó realizando una pintura no idealizada, que no ocultaba los defectos de los personajes, una pintura que escogía a éstos de entre los habitantes más pobres de la ciudad e
investigaba en las taras físicas y sociales. El efecto del claroscuro, llevado a sus últimas consecuencias por el propio Caravaggio terminó por otorgar la necesaria teatralidad, la mediación del propio arte, a una temática pensada y programada para ser comunicada. En España, todos estos rasgos estilísticos, todo este ideario estético puede reconocerse en las primeras obras de Zurbarán, Cano o Velázquez, principalmente en la etapa sevillana de estos pintores y, desde luego, en buena parte de la producción artística de Ribera.
Si bien la plasmación plástica de ambos naturalismos resulta similar en su gusto por los entornos sociales más bajos o la representación fiel de la realidad aún en su lado más crudo, las motivaciones y fines que ambos pretende son, como vemos, bien diferentes. Hay mucha distancia entre la crítica sesgada a un sistema social burgués preconizada por el naturalismo decimonónico, y la programada redundancia comunicativa del naturalismo contrarreformista.


Redundancia artística
La cita de Moses reseñada al inicio de estas líneas ilustra en cierto modo, así como sus consecuencias, el programa del primer naturalismo de corte trentino. El espectador, el devoto, susceptible por principio a la secuencia de elementos que se le muestran, las cuales, constituyen el mensaje recibe éste como una forma, la cual estará sujeta a la propia previsibilidad u originalidad. La repetición de temáticas religiosas, de vida de santos, de martirios pretendía la eliminación del ruido de todo aquello de distrajera de la pertinente vida piadosa, haciendo el mensaje, por tanto, más fácilmente inteligible. De ahí a la completa maleabilidad del individuo-espectador-devoto sólo hay un pequeño paso, por pura teoría de la acción comunicativa. A la contrarreforma tras la constante praxis sólo le quedó hacer teoría de ello.

En otro orden de cosas, permanecen los estudios sobre Zurbarán, sobre Ribera, sobre Velázquez, sobre Cano, su pintura, su obra, queda el peso de una extensa historiografía sobre pintura española centrada en su mayor parte en estos autores, quedan sus semblanzas sabidas y repetidas, su cuadros vistos y revisitados, los necesarios estudios, las exposiciones sobre su obra, sus entornos, sus influencias... sus redundancias, a fin de cuentas.


De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo sevillano
Hospital de los Venerables, Sevilla
Hasta el 28 de febrero

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