5.12.05

Las hijas de Lilith


Lilith
En el primer capítulo del Génesis, se dice: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó". Esta sincronía creadora del hombre y la mujer choca de frente, de forma tácita por ser casi acallada por la tradición, con la segunda versión de la creación de la mujer relatada en el segundo capítulo, más conocido, por repetido y aceptado, donde se relata que Yahvé tras haber formado a Adán creó a las bestias y luego, convencido de que no era bueno que el varón estuviese sólo, haciendo caer al primer hombre en un sueño profundo, "de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre".
Antes de la exégesis cristiana de los textos sagrados, los cabalistas judíos desde la lectura mística y esotérica de los mismos intentaron diferentes elucidaciones para explicar la contradicción entre las dos versiones. Una sugiere que Adán fue creado inicialmente como un andrógino que poseía un cuerpo femenino y uno masculino unidos por la espalda. Luego, Dios los dividió. Otra interpretación, aparece por primera vez en su traslación escrita en el Alfabeto de Ben Sirá, midrash del siglo X. Fue el mitólogo Robert Graves quien en su libro Los mitos hebreos la glosa al explicar que para la tradición judía la primera mujer de Adán no fue Eva sino Lilith: "Dios creó a Lilith, la primera mujer, como había creado a Adán, utilizando inmundicia y sedimento”. Humus (hombre), a fin de cuentas, de su misma sustancia. Continúa Graves aportando otro relato proveniente de la tradición cabalística "Adán y Lilith nunca encontraron la paz juntos, pues cuando él quería yacer con ella, Lilith se negaba, considerando que la postura recostada que él exigía era ofensiva para ella. ¿Por qué he de recostarme debajo de ti? Yo también fui hecha de polvo y, por consiguiente, soy tu igual". Como Adán trató de obligarla a obedecer con la fuerza, Lilith invocó el nombre de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó”. Antes los requerimientos de Yahvé de que volviera al Edén, Lilith se negó y fue castigada. Permaneció en el Mar Rojo, región en la que se abandonó a demonios lascivos, convirtiéndose en la reina de los súcubos.

Abundando en el mito, se entiende que los rabinos acudieran a la tradición asirio babilónica de la diablesa Lilú, haciéndola primera esposa de Adán, intentando encontrar otra figura femenina a quien culpabilizar del mal que apesadumbraba a la humanidad desde su creación. Eva, como madre de los creyentes debía de figurar de forma más admirable y ejemplar para las jóvenes judías, de ahí que se requiriera salvarla o al menos mediatizar su culpa con la mediación del engaño por parte de la serpiente. Eva aún expulsada del Paraíso se mantuvo al lado de Adán, al contrario que Lilith que ejemplifica la insubordinación, la rebeldía y también la maldad por su odio posterior como diablesa a los recién nacidos a los que estrangula. La enemistad con la maternidad y la sumisión conforma a Lilith como una mujer mala, frente a la buena que se asocia con la pureza, la concepción y la obediencia al varón cualidades que ya en la tradición cristiana culminará con María, virgen y madre de Dios.

Ella, la inferior
“Adán fue formado primero, y después Eva como inferior” I Tim. 2:13. Parece necesario que para entender la negación de todo principio de placer que prima en la cultura occidental no acudir sólo a la dualidad cuerpo-alma preconizada por Platón sino también a la incidencia de la tradición judaica en los primeros textos de la incipiente cristiandad. San Pablo, el autor de la primera carta a los Timoteos de donde proviene la frase que se cita, no sólo era judío de nacimiento sino también de formación, y la influencia de la teología paulina de la que se desprende en varias ocasiones un marcado antifeminismo por no decir misoginia contribuyó a la elaboración de una particular —inferior, causante de la culpa, lujuriosa, lasciva, pecadora...— imagen de la mujer desde la propia patrística que después heredaría toda las iglesias cristianas durante muchos siglos y, por ende, la civilización occidental.
En el uso por San Pablo de la palabra inferior hay implícito un juicio de valor que ni tan siquiera el Génesis se atreve a dar y que, como hemos visto, es el que ha prevalecido en nuestra cultura hasta nuestros días. Aún así, atendiendo en cierto modo a la etimología, inferior con sus dos sufijos latinos (in + fieri) alude a un movimiento, a una traslación hacia dentro. Ésta aproximación no deja de ser movimiento hacia abajo, hacia lo subterráneo, lo oculto, lo oscuro.... una profundización en lo húmedo de la cueva que siempre ha remitido a lo femenino, y por tanto a lo fértil. Sirva para ilustra esta idea, por ejemplo, el mito de Gea, madre tierra, para los griegos preclásicos, a la que se rendía culto en el interior de una gruta. Sirva también los ensayos sobre Dionisios, símbolo de la vida que se regenera del mitólogo Karl Kerényi, o los prolijos estudios del psicólogo Erich Fromm posicionado en la senda del psicoanálisis junguiano que evidenciaba la imposibilidad para el hombre occidental frente a las culturas primitivas de concebir la divinidad como femenina, oscura, húmeda, o subterránea frente una divinidad impuesta como masculina, diáfana, aérea y padre.

La (ex)posición de la mujer
El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga exhibe por primera vez en España la exposición VB53 de Vanessa Beecroft (Génova, 1969) artista italiana afincada en Nueva York constituida por una serie de fotografías y vídeos provenientes de su performance VB53 realizada en el Giardino dell’ Orticultura de Florencia. Las imágenes muestran mujeres cuyo único atuendo son unas sandalias con tacón, peluca de larga cabellera y pestañas. Fotografiadas como un elemento plástico más, expuestas frente a un muro con un pequeño vano cubierto de enredaderas que sirve de encuadre no sólo plástico sino también simbólico.
La mujer muestra desde la frialdad de la naturalidad su cuerpo desnudo, cubierto apenas sus senos por el cabello que cae en una pose que tiene más de pictórica y clásica para la historia del arte que de transgresora. Aún así, las modelos no siempre profesionales, posan durante horas hasta asumirse como tal, hasta reconocer y reconocerse que el queda desnudo realmente, intimidado si quieren, es el espectador ante ellas.El simbolismo es claro si no recurrente: el cuerpo de la mujer desnuda, la larga cabellera, la presencia intimidante, la postura erguida, los altos tacones que en un último término simbólico prefiguran la rebeldía femenina intentando asumir una cualidad atribuida a lo masculino como son lo erguido y lo vertical, la presencia de la vegetación que rodea la falsa gruta, imagen de que lo fecundo es oscuro y húmedo, la presencia evidente de la piedra, de la cueva, el jardín italiano con la presencia del laberinto epítome del deseo no saciado... Remite, por tanto Vanessa Beecroft a toda una herencia estética e ideológica de conformación de la imagen de la mujer a lo largo de la historia, herencia que en la mayoría de los casos resultó lesiva. Aún así, siempre queda Lilith e historiadoras como Erika de Bonrnay que con su magnífico libro que da título a este artículo reivindicó la pertinaz presencia de la mujer fatal en la historia del arte.


VB53. Vamessa Beecroft
CAC Málaga
Hasta el 15 de enero

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que interesante, me gusto mucho ... Woooow