Escribir sobre la exposición de Eva Armisén en la Galería Benot no resulta fácil. Es más, comentar sus pinturas, sus grabados y sus esculturas, éstos de ahora o los anteriores trabajos realizados por la artista zaragozana tras una fructífera trayectoria es cuanto menos molesto. Molesto porque al reseñar una exposición uno suele aferrarse más a lo sabido por aprendido que a lo sentido. Molesto porque la naturaleza de la obra de Armisén impide un encasillamiento en un estilo, una influencia directa de uno o varios artistas, una comparación con artistas de su generación o una simple contextualización de su pintura ya sea desde el punto de vista artístico como estético. Molesto porque a fin de cuentas, uno a menudo tiende más a la labor de entomólogo o de glosador que de crítico o mero comentarista, que sería la verdaderamente apropiada. Uno siempre quiere dar su charla, hacer ver que sabe, que ha leído, que ha visto, que tiene criterio y cultura... pero uno tiene la suerte —o la desgracia— de enfrentarse a veces a artistas como éste que le permiten replantearse qué decir, qué escribir, y sobretodo por qué hacerlo. Gracias por la molestia.
Eva Armisén pinta de una manera supuestamente ingenua. Repasando por encima sus pinturas se comprueba que aparentemente están más cerca de lo que podría hacer un niño —mejor dicho, un niño bastante cursi o ñoño— que lo que se presupone que debería de hacer una artista formada en una facultad de bellas artes y con una trayectoria de diez años en el mercado artístico. Armisén ignora todo esto y persevera en su obra, y en su manera de entender el arte. Ante tal persistencia y creencia por parte de la pintora, no hay más remedio que tomarse siquiera la molestia de intentar ir un poco más allá si es que tu gusto o sensibilidad no está aún atrofiada por el perjuicio —en este caso innegable— de años de historia del arte, de museos, de lecturas complejas y comprometidas, etc.
Aún así, sigue sin resultar fácil escribir. Vale más situarse delante de las obras, superar el prejuicio y ver, ver con los ojos no de un niño, sino de un ingenuo. El lenguaje plástico de Armisén no puede resultar menos artificioso. Prima la expresividad frente a la formalidad, prima la vivencia frente a la experiencia. Trazo difuso pero contundente, colores planos, suaves veladuras... pareciera una ilustración de un libro infantil. Luego, unas frases que glosan y forman parte de la obra, que más que explicar sugieren, que te llevan a ese instante en que un niño te explica un dibujo realizado para mostrar lo sentido desde la más absoluta sinceridad. Armizén no pinta como un niño, utiliza un lenguaje cercano a lo que nos parece que pintan los niños, a lo que nos gustaría que pintaran los niños... y frente a eso poco más se puede decir.
De todos modos, para aquellos que prefieran documentarse, saber con mayúsculas sobre arte, la obra de Armizén ha sido relacionada con la posvanguardia italiana —sinceramente no veo por qué ni en base a qué como no sea que hay cuadros que pueden remotamente parecerse— o con el arte de género, cosa que niega la propia artista. Como mucho se puede catalogar dentro de una tendencia naïf aunque en rigor, no lo sea en absoluto. Así que para los que quieren saber, atengámonos a lo naïf:
Lo naïf
El término francés naïf provinene del latín nativus, y connota tanto lo innato como lo natural. Se utiliza para hacer referencia a lo ingenuo, lo inocente, o lo no artificioso, atributos que en el arte chocan en muchos casos de frente con el dominio de los recursos plásticos y con el cuidado y la premeditación formal en la concepción y ejecución de la pintura o la escultura. El arte naïf suele ser figurativo, aunque puede abarcar desde la representación naturalista, hasta la fábula, la suave burla o lo onírico. En el plano formal, se caracteriza por inexactitudes u omisiones técnicas, no necesariamente buscadas, especialmente en el tratamiento de la perspectiva y de las proporciones. Por su propia naturaleza definir la pintura naïf no es fácil, no hay rasgos estilísticos comunes ni un ideario claro ni marcado. Cabe decir, sin embargo que quienes la realizan carecen de una educación artística académica, pero que preservan, en buena medida, la mirada plástica de los niños o de las culturas primitivas, con todo lo tiene de asombroso primigenio o fantasioso gracias a una supuesta desinhibida expresión y a una cierta torpeza.
Es complejo delimitar la pintura naïf frente a otras manifestaciones que participan de algunas de sus características. Ciertas formas de arte popular, manifestaciones artísticas de pueblos primitivos, la pintura de los niños... comparten características formales y una intencionalidad similar a la que llevan a cabo los pintores naïf. Aún así, en rigor se califica como primitivo al arte producido por los pueblos prehistóricos y comunidades aborígenes. Este arte demanda una mirada al pasado o a las comunidades que, viven en estado natural. Por otro lado, el arte popular implica la permanencia de una tradición y la existencia de una actitud comunitaria.
En principio, los artistas conocidos como "primitivos" o naïf se vieron influidos por las dos anteriores vertientes la primitiva y la popular y a ello unieron el hecho, ya reseñado, de carecer de todo aquello que es objeto de enseñanza en la academia. Los naïves se fraguaron como una actitud estética que no va más allá de una concepción individual e ingenua —en sentido lato— de entender el arte a finales del siglo XIX. En el reconocimiento por parte de crítica y público jugó un papel preponderante cierto hastío de la civilización, del tecnicismo y del refinamiento preponderante en la Europa decimonónica.
Para la historia del arte la pintura naïf se inició con la obra de Henri Rousseau conocido como "el Aduanero" por trabajar como inspector de aduanas, y cuya obra fue incluida en el Salón de Artistas Independientes de 1886. Su arte llegó a dividir a los intelectuales de su país entre quienes lo consideraron simplemente como un resumen de ignorancia pictórica, y quienes descubrieron en él su potencial expresivo. Entre estos últimos se encontraban artistas como Renoir, Toulouse Lautrec y Picasso, e intelectuales como Apollinaire, quien se convirtió en uno de sus más dedicados propagandistas. A pesar de la inocencia de Rousseau, su obra ha tenido extensa influencia en el trabajo de pintores tan determinantes para el desarrollo de la modernidad como Picasso, Chagall, Kandinsky y Miró.
Posteriormente han aparecido pintores primitivistas en diversos países cuyas obras han marcado el devenir de la pintura naïf. Entre ellos cabe resaltar lo pintores franceses llamados del Sacre Coeuri, el pescador inglés Alfred Wallis, el agricultor alemán Max Raffler, el comerciante estadounidense Morris Hirshfield o su compatriota Grandma Moses.
Ya está. Terminó la glosa. Ah!, una cosa —permítanme el comentario, quizás ingenuo— me encantan las bocas de sus figuras femeninas. Un medio círculo rojo, un trazo difuso y repetido. Un mutis de sonrisa.
Adivina quién soy! Eva Armisén
Galería Benot. Cádiz
Galería Benot. Cádiz
Hasta el 12 de marzo
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