“El motivo que me induce a realizar esta obra, siguiendo con mi trayectoria profesional, tanto de trabajo como de investigación, parte de una inquietud y atracción por los elementos religiosos de los exvotos. Aunque la religión más que en su sentido místico o incluso exotérico que pueda conllevar, me interesa en el aspecto antropológico. [...] De esas manías o actos humanos que se realizan por pura intuición o instinto primario, de cosas que se hacen sin saber por qué, pero que uno siente la imperiosa necesidad, casi involuntaria, de realizar. Quizás forme parte de la memoria genética por la supervivencia o la eternidad en nuestra configuración biológica. La creatividad, en cierta medida, también funciona y se nutre de estas claves, ya que al fin y al cabo el arte, o el objeto de éste, no deja de ser una especie de fetiche.” Extracto del texto explicativo escrito por el propio artista a la instalación Letanías de Andrés Monteagudo que puede contemplarse en la galería Milagros Delicado hasta el 8 de mayo.
A veces ocurre, incluso para el más avezado en estas lindes, que caminando por los vericuetos del arte actual uno se pierde, y frente a una obra cualesquiera desconoce el para qué de la misma —si es que éste importa—, no entiende el cómo ni el cuándo, o ni mucho menos el por qué. Así de perdido, y si el interés te puede y no cejas en el empeño, sueles acudir al catálogo de la exposición donde un crítico, un historiador o un amigo del artista glosa la obra para bien o para mal, aumentando en la mayoría de los casos la confusión y sacando pocas cosas en claro más allá de una clasificación en un género, una contexto artístico o cultural, o la recapitulación de una trayectoria profesional. A veces también sucede —aunque sean las menos, pues normalmente tan imbricados están obra y artífice que la elucidación es imposible— que el propio artista escribe unos párrafos a modo de explicación de su obra, y que esas líneas revelan claramente el por qué y el cómo. En esta exposición se cumple esto, Monteagudo lo deja todo tan claro que tentado se está de no decir más para no entorpecer y transcribir aquí en su integridad el texto, apostillándolo al final con las fechas de la exposición, el lugar y un “vayan a verla”. Se agradece desde luego; más cuando no hay ninguna obligación en hacerlo y, sobretodo, cuando aún está tan presente para crítica y público esa mala reinterpretación de la autonomía formal del arte, que casi a modo de dogma argumenta, que la obra se entiende por sí sola.
Así pues, hay dos formas de acercarse a la obra de Andrés Monteagudo. La primera de ellas pasa, tras haber contemplado la instalación, por recurrir al contexto que facilita la memoria o la experiencia ya sea ésta propia o ajena, transmitida o vivida. Viendo sus figuras, el mural, o la proyección que componen su propuesta es fácil remitirse, aun cuando nuestro posicionamiento a piori sea ajeno o adverso, a esa parte de las creencias populares en las que participan algunos fieles de ofrecer un objeto, que actúa como representación análoga y simbólica del motivo de la petición, a Dios, a la Virgen o a cualquier santo —en el caso del catolicismo, por ejemplo— en recuerdo y agradecimiento del beneficio recibido o del don otorgado. No hay más. Podemos esgrimir esa evidente y directa remisión al exvoto como “leif motive” de la muestra, y luego analizar la eficacia plástica de lo propuesto en función de criterios de gusto, o de juicios estéticos o artísticos. El trabajo de Andrés Monteagudo desde ese punto de vista hace más que sostenerse incipientemente en el exigente escaparate del arte actual. Su lenguaje es contundente y acorde con los temas en los que quiere abundar. De forma evidente surge la parte de fetiche de sus obras, como fetiche es buena parte del arte y más el que alude desde un punto de vista formal con sus piezas, y como fetiche son también, en sentido lato, los exvotos que estudia. En su instalación es la figura humana, el propio cuerpo, el que soporta el peso liviano en carga, pero profundo en contenido, del exvoto que así para a convertirse en fetiche, es decir, en objeto de culto al que se le atribuyen poderes sobrenaturales.
En segundo lugar y como paso si no necesario sí probable en función de lo anteriormente dicho, podemos continuar por el camino marcado desde la experiencia a la argumentación y el razonamiento. Haría falta ahí, leernos el ya citado texto que acompaña a las obras y ver el interés del propio artista en analizar no ya la religión, ni la creencia sino el fenómeno religioso desde un punto de vista antropológico. Comprobar que para ello cuanto menos ha pasado por la lectura de la obra de Mircea Eliade considerado por muchos el erudito más relevante de la historia de la religiones y abundar en lo estudiado y escrito por el historiador rumano.
Eliade integró y articuló las diversas aportaciones y métodos de las disciplinas que abordan el estudio del fenómeno religioso (histórico, sociológico, psicológico, etnológico). Para él, en contra de la teoría positivista, lo fundamental no eran las tipologías ni los esquemas, sino entender su significación. Por esta razón, prima en su estudio una visión fenomenológica que desembocó en la hermenéutica. Lo sagrado para él es una realidad absoluta que trasciende el mundo, y añade: pero que se manifiesta en él,.un modo de ordenar el espacio, el tiempo, la ciudad, el cosmos, el trabajo y el ocio etc. Es decir, es un modo de ordenar y dar sentido a la vida humana en todos sus aspectos fundamentales. De aquí su fundamental distinción en la que lo sagrado y lo profano constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales asumidas por el hombre a lo largo de la historia. Al ser lo sagrado algo que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él, el objeto de su análisis son las manifestaciones de lo sagrado y por ello propuso el término de hierofania (lo sagrado que se muestra) para denominar al acto de esta manifestación. Así pues, para Eliade, la historia de las religiones es una enorme acumulación de hierofanías: desde las más elementales (por ejemplo la manifestación de lo sagrado en un objeto cualquiera, una piedra o un árbol) hasta la hierofanía suprema (hasta la encarnación de un dios en hombre) no existiendo solución de continuidad.
A veces ocurre, que la explicación parece trascender más que lo explicado. No es el caso de estas obras que se nos muestran, del mismo modo que un exvoto habla de mucho más que de una simple superchería, la propuesta de Monteagudo transciende del fetiche de lo artístico para indagar en él.
Letanías. Andrés Monteagudo
Galería Milagros Delicado. Cádiz
Hasta el 8 de mayo
Hasta el 8 de mayo
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